16 marzo 2010

Qué pena

La polémica de una noticia digital suele estar en relación directa al número de comentarios de los lectores que suscita. Viene esto a cuento del asombro que me ha producido ver esta tarde en La Opinión el titular “Comienzan las obras de la iglesia de San Juan Bosco después de 6 años” acompañada por… ¡23 comentarios!

En un primer momento me he quedado perplejo. ¿Qué dato de esas obras, qué aspecto del asunto o, en último extremo, qué declaración de alguien puede haber motivado una concurrencia tal de lectores que se han lanzado como posesos a darle a la tecla?, me preguntaba.

Que yo sepa, 23 comentarios en La Opinión es una cifra reservada para las grandes ocasiones. Y a primera vista, una noticia tan inocua como el comienzo de las obras de un templo en Torrent, que además se esperaban desde hace un porrón de años (y por tanto es noticia a medias), no está llamada a gestar grandes controversias. A no ser claro, que en el texto, saltase alguna liebre. Ya me imaginaba al bueno de Agustín Alcaide (actual párroco de San Juan Bosco), o mejor, puesto a pensar, a D. Juan Fernández (que fue su primer sacerdote y que frisa los 80 años) arremetiendo contra no sé quién con manifestaciones incendiarias.

Me he apresurado pues a leer la noticia. Chasco. La información es tan sosita como el titular: la necesidad de una nueva iglesia para la zona, algunos aspectos técnicos, pinceladas históricas de la parroquia y cómo los fieles han contribuido mediante rifas, sorteos y donativos a sufragar parte de las obras. Poco más. El texto es, nunca mejor dicho, inmaculado.

Obviamente, movido por la curiosidad, me he ido inmediatamente a leer los numerosos comentarios. Acabáramos. Algún mala baba se ha lanzado a la demagogia barata contra la Iglesia. Y otro al que el caletre no le debe dar para más, ha respondido prendiendo la nefasta mecha del guerracivilismo. Y ahí ha ardido Troya. El anonimato, cómo no, ha servido una vez más para montar, a costa de las inocentes obras de un templo, un monumental potaje de insultos, descalificaciones y, en general, estupideces al por mayor. De verdad, qué pena.

13 marzo 2010

Sobre fallas, con perdón

A mí que me disculpe el amigo Ferrán, el delincuente fallero, pero si hay una época del año en que no extraño a Valencia y su capital (Torrent) es ésta. No sé si cometo algún tipo de perjurio civil con esta afirmación, pero, siendo valenciano, no me gustan las fallas. Para nada. Pero nada es nada de nada.

Y no será porque no le he intentado en esta vida. Y lo han intentado conmigo. Profesionalmente, podría contar por docenas los actos falleros a los que he tenido que asistir. En el ámbito personal tengo excelentes amigos para los que esta fiesta es poco menos que una religión. Me han llevado a su casal, me han agasajado y, en última instancia, han procurado que participe, más o menos asiduamente, de las actividades de la comisión. Y doy mi palabra que lo intenté. Pero no. Es superior a mis fuerzas.

Tengo una profunda envidia (que no sé si es sana o cochina) a todos aquéllos que, cuando llegan los primeros días de marzo, se enfundan el blusón, trasladan su domicilio al casalet, se despiden temporalmente de su actividad laboral y de la parienta (o del pariento), y, sumergidos en las fallas, encuentran en esas semanas la razón de su existencia.

Yo, lo siento, no fui programado para entenderlo. Y estos días, que veo los reportajes de rigor -plagados de los mismos rancios tópicos de siempre, dicho sea de paso- que sobre la fiesta valenciana emiten los canales internacionales de televisión que puedo sintonizar (TVE y Antena 3), corroboro un año más mi total ausencia de “fallerío”. Y aunque esté feo decirlo, me alegro enormemente de estar muy lejos de los niños jodiendo con los petardos, del tráfico imposible y de una bullanga que me es absolutamente ajena.

De todas formas, a los que sois y os sentís falleros, os deseo que disfrutéis de estas fiestas.